“Detrás del rostro”, premio Esso 1962
UNA
NOVELA DESCONOCIDA DE MANUEL ZAPATA OLIVELLA
Por RÚBER BURGOS ALVIS
“Si se dejara a los psicoanalistas aplicar la
ley para aceptar una sociedad justa y equitativa, tendrían que castrar a la
totalidad de los seres humanos o dejarla corrompida, viciada de exageraciones
sexuales (…) Mi Freud son los códigos…”
.
Esta expresión despectiva de un juez ortodoxo,
despótico y extremadamente conservador, encargado de administrar justicia en un
reformatorio, es contrapuesta al doctor Jáuregui, un psicoanalista del Departamento
de Psiquiatría del mismo establecimiento, cuando éste último, con tesis
novedosas, pretende demostrarle que: “Reacondicionar sus mentes (las de los
menores) no es obra de media hora ni de
un año, si no que se necesita, señor juez, el esfuerzo conjunto del
psicoanalista, del hogar, de la sociedad, para reajustar esa personalidad
salida de madre, acondicionándola a una vida de productividad social”.
II
El doctor Jáuregui es el personaje alrededor
del cual gira y se desenvuelve el argumento de la novela “Detrás del rostro” , Premio Literario Esso 1962, del escritor
costeño Manuel Zapata Olivella; un “incunable” casi desconocido que tuve la
suerte de tropezar y desempolvar en una vieja estantería de la Casa de la
Cultura de Chinú, y que no figura en la lista de las obras escritas y
publicadas por el autor, lo cual resulta bastante curioso.
Es un
texto de ciento sesenta páginas, impreso en España por Gráficas Orbe, con el auspicio de Esso
Colombiana S.A., y Ediciones Aguilar-Madrid, 1963.
Indudablemente, el doctor Jáuregui - el
psicoanalista de la novea- es el mismo
Zapata Olivella. A través de este personaje, el escritor, nacido en Lorica
(Córdoba), el 17 de marzo de 1920, transmite sus propias experiencias al
lector.
Experiencia vivida en sus primeros años de
médico recién egresado de la Facultad, pues, husmeando un poco en su biografía
encontramos que en el año de 1948 se desempeñó como practicante residente en el
Hospital Psiquiátrico de Mujeres, en Bogotá.
Más, si observamos que la obra referenciada
tiene un trasfondo psicológico, como ya viene dicho, permitiéndose demostrar en
ella cierto dominio de las técnicas Freudianas del psicoanálisis, sin ocultar
que llegó no sólo a manejarlas, sino que terminó apasionándose con estos métodos
modernos y revolucionarios para la época y el país.
Se nota, sin mucha dificultad, al avanzar en
su lectura, el espíritu crítico del autor, su estilo cáustico ante la realidad
social, a la cual no le hace concesiones; reflejándose de cuerpo entero el investigador,
el sociólogo, el antropólogo, el médico que es, sin lugar a dudas; todo lo cual
se debe a una gran dedicación y consagración de su parte, para no errar o errar
poco en los temas abordados, en la precisión de sus diagnósticos y en los
tratamientos acertados.
Estamos en verdad, frente a una novela corta,
que no por ello deja de encerrar un gran dramatismo que la encuadra en el
género de la novela urbana, cuyo espacio y tiempo están enmarcados en la
angustiosa Bogotá de los años de la violencia política recrudecida con el
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
La trama empieza a desarrollarse un día en que
el doctor Jáuregui al tomar el periódico que estaba sobre la cama miró en la primera página una fotografía de un “gamín” o “pelafustán”, como tímida y desdeñosamente llaman a un
niño, a “una vida promisoria frustrada” , que yacía tirado en la calle,
haraposo, con un proyectil incrustado en la cabeza, a quien, después de lavarle
en el hospital su cara de ángel sucio, le permanecían costrosos los orificios
de la nariz y el caracol de las orejas.
Luego en su fichero de control buscó
desesperadamente un nombre entre las 3000 historias médicas de sus examinados
en la Alcaidía de Menores, sin que lograra identificar al muchacho de la
fotografía.
Casi imperceptiblemente se va introduciendo en
un laberinto, en una selva enmarañada, intrincada, al interesarse por el caso,
que le causó más de un desvelo.
El mérito de la novela, con tratamiento de ensayo científico en su
mayor parte, encubierto con la modalidad del relato, radica en la forma de
tocar diferentes aspectos, tales como la violencia, la deshumanización de la
justicia, del mismo ejercicio de la medicina, peros sobre todo, muy
especialmente, la “delincuencia juvenil” y la manera de enfrentar, por no decir
esquivar este problema de índole social, ante el cual, el Estado y la sociedad son inferiores a la
responsabilidad que les corresponde asumir, debido a las grandes fallas
estructurales en todos los niveles.
Es
impresionante la vigencia que mantiene, pues, el enfoque dado está a tono con
la actualidad y lo estará mucho más allá del año 2000 de persisitir las
circunstancias conocidas.
Los personajes, además del médico
psicoanalista, son: Etanislao, Jesús o Gil, que son varios de los supuestos
nombres del gamín que alguna vez cayó en las garras de un peligroso traficante
de marihuana, y que simboliza uno cualquiera o a todos los millares de niños desamparados que
deambulan en las céntricas calles de populosas capitales o en cualquier parte
de las tantas poblaciones y ciudades de este subdesarrollado tercer mundo.
Octavio, Susana y Otilia, sus padres adoptivos y hermana de crianza, con quien
al parecer tuvo relaciones incestuosas que le obligaron a escapar de la casa.
Ana Peñaranda, una solterona creyente con frustración maternal, privada de
afectos familiares. El cura que pretende
explicar los desajustes sociales con disquisiciones teológicas. Un juez tirano
que rechaza las posibilidades del psicoanálisis que, según él, pretende
explicar todas las conductas por el sexo y el inconsciente, sin ponerse de
acuerdo sobre la materia; y que descarga en el legislador la culpa de su
sadismo al aplicar la ley, tratando de
justificarse con los “benefactores de la niñez” que lloran y suplican limosnas
para construir un albergue de huérfanos desamparados, y cuando tienen su
edificio, sus donaciones particulares y oficiales, entonces se olvidan de su caridad y cierran las
puertas a cada niño, que según sus frías operaciones de aritmética, llega a
disminuir sus dividendos.
Solanito o “El Perro”, que representa al guardián deshumanizado que
desarrolla un olfato de sabueso y se comporta más como un inquisidor para
complementar así una “justicia neurótica”
, anticientífica y equivocada. Un perro de familia llamado “Otelo” , igual
que uno de los personajes de una obra teatral del dramaturgo inglés William
Shakespeare. Y, en fin…
Mejor
consiga el libro y léalo.
Chinú, enero 31 de 1989.
Publicada en El Heraldo, Barranquilla, Domingo
9 de abril de 1989