domingo, 25 de septiembre de 2011

POEMAS PARA EL EXILIO Y EL REGRESO

POEMAS PARA EL EXILIO Y EL REGRESO (*)
Por RUBER BURGOS ALVIS

No me engañes, marino
No me vengas a decir que tu mar no tiene orillas..!
Guillermo Valencia Salgado-Goyo

Tengo en mis manos El Mar y las Palabras (!), un libro de noventa poemas escritos en veinte años.

Su autor, Jorge Marel, es un calentano que no resistió más el exilio ni las noches oscuras de una ciudad glacial, habitada por fantasmas tenebrosos que inspiran terror bajo la lluvia.

Atrapado en ese infierno frío tenía que escapar sin pérdida de tiempo para buscar su mar y encontrar la paz espiritual que el hombre necesita para darle sentido a su existencia.

La temática de su poesía es diversa. A través de ella refleja distintas situaciones y deja traslucir sus estados de ánimo. La angustia, la felicidad, la incertidumbre. La ansiedad, el miedo, el fastidió, la indignación, la rabia.

Naturalmente, no puede sustraerse de su entorno social, ni del clima de violencia que marca irremediablemente nuestro tiempo.

A veces es un romántico puro, un inspirado vate. Inofensivo. Otras veces se nos vuelve trascendental, tremendista, testimonial. Después de todo. el hombre debe ser testigo de su época, protagonista de la historia, y no le resulta nada fácil meterse en una escafandra para sumergirse en lo irreal.

Lo que si es innegable es la presencia del mar. la soledad y la noche en su poesía. Entendidos estos elementos como una evasión o como un refugio.

II
Creo que debo decir que entre 1983 y 1985 lo encontré unas dos veces en Sincelejo; antes, organizando un encuentro de escritores, después, participando en un seminario de periodismo.

En una de esas ocasiones, con Betty de García, Cristo García Tapia y otros amigos tuvimos la posibilidad de tertuliar. Parece que fue en el Faisán, un céntrico restaurante de la capital sucreña. Allí, entre burbujas de cerveza y sahumerios etílicos hablamos del mar, del exilio, del fuego, de la lluvia, del viento, de la zozobra que produce el olvido, de la danza macabra de la muerte.

Para ese entonces ya la metrópoli se le estaba haciendo invivible y le entraba a girar la idea de su retorno.
III
Esta vez vuelvo a encontrarlo en Cartagena de Indias. Sé que ha venido a buscar el mar con una caña de pescar ilusiones, a posesionarse de su reino, a sentarse en los espolones con lienzos de muralla a sus espaldas, frente al intenso horizonte plateado y bajo el cielo azul del caribe, para realizar el milagro de vivir a plenitud.

Me atrevo a afirmarlo, porque sólo la magia de Cartagena, que se ve y se siente en todas partes, es capaz de lograr semejante milagro!

Aquí tú te extasías contemplando el paisaje, mientras trece alcatraces que planean lentos, uno detrás del otro, cumplen con el extraño ritual de hacer sesgos misteriosos en el aire. antes de hundirse en el vientre salino y tempestuoso del mar.

Aquí tú te embriagas con el canto bello y apacible de los pájaros que despiertan con el sol en los árboles frescos del parque de Bolívar o con la brisa musical del Cabrero.

Te transportas con el acto místico de la entrega, los ojos alucinados y la pasión casi orgásmica de los teatreros de El Aguijón, durante el desarrollo de sus piezas dramáticas, hasta llegar al punto sugestivo de la hipnosis.

Sólo aquí puedes disfrutar con el espectáculo de un gallo de sortilegio, de hermosa cola negra, plumas blancas y cresta roja que se para con pose de estatua en la tapa de un frasco, sobre el mostrador de una típica tienda cartagenera, en la que parece haberse detenido el tiempo. Podrías jurar que es un gallo embalsamado. Vienes a saber que está vivo cuando se mueve para espulgarse. Capa, un viejo amable con aire señorial, es el dueño de siempre de ese ventorrillo suspendido en el tiempo. Todavía te despacha con la misma diligencia de hace cuarenta años las mismas chichas que saboreaban los abuelos y te explica con irónica sabiduría que un buen cliente es el que pide y paga. La Embajada, el nombre de esa tienda intemporal que queda en la calle Nuestra Señora de Landrinal, muy cerca del Museo de Arte Moderno, es de por sí revelador.

No hay duda. Cartagena es una ciudad de encanto, de magia y de poesía.

En sus noches de embrujo puedes salir a pescar amores en la playa, a tomar aire fresco, oír música, comer patacones con queso en el muelle de Los Pegasos, frente a la legendaria Bahía de Las Animas. O, a distraer la soledad con tus propias meditaciones en el malecón.(*)

Es el lugar ideal para un poeta recién escapado de una ciudad glacial, deshumanizada, repleta de fantasmas tenebrosos, que busca el sosiego de la soledad, la infinitud de la noche y los secretos entrañables del mar, para poder afirmar las palabras de su poesía y exclamar asombrado: "Estoy vivo/ sobre la blanca playa/ bajo el cielo azul/ Ah! estoy vivo/ milagrosamente vivo/ junto al mar que amo/ bajo el áureo sol!"/.


*Publicado en la Revista Dominical de EL HERALDO de Barranquilla el l° de julio de 1990
(*) "Saludos a la morena tierna de la boca fresca que frita patacones en el quiosco del muelle." Aparte del texto de un telegrama enviado a Gustavo Tatis, editor cultural de EL UNIVERSAL de Cartagena, por Rúber Burgos Alvis, desde Montería, en 1991.

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